La casa AA no es una casa; son 4 casas.
La casa AA, de Carlos Ferrater y Xavier Martí, es una de las viviendas unifamiliares más singulares e intensas construidas en los últimos tiempos. Entronca con casas de Louis Kahn, Alison y Peter Smithson, y Ray y Charles Eames.
Situada en Sant Cugat, junto al bosque adyacente al campo de golf, desde la calle se ve como emergen sus cubiertas inclinadas, entre los árboles del jardín que crean un magnífico cinturón de paisaje pintoresco.
Al entrar, la casa nos recibe con una lámina de agua, como referencia simbólica a uno de los cuatro elementos y como voluntad de reflejos. Antes de entrar, se define una especie de plaza totalmente ascética. Y al entrar, se descubre un gran espacio longitudinal, definido por los lucernarios de la cubierta inclinada. Un gran espacio interior que, al mismo tiempo, está perfectamente ajustado en todo a la escala humana.
El hecho singular e inquietante de que no aparezca ninguna escalera y que no sea visible ninguna de las instalaciones de la vivienda, situadas todas en una planta inferior, escondida, nos hacen pensar que no es una casa, sino algo diferente; muchas casas a la vez.
Es más un pabellón que una casa, ya que lo único que emerge es una gran planta libre ligera, de paneles rectangulares de color blanco brillante, como si fuera un pabellón provisional japonés o “un envelat”. La casa está rodeada de hierba, como una vegetación plantada, y flota directamente sobre ella, adquiriendo una imagen mítica e ideal; rememorando la estructura volumétrica de la Ricarda, de Antoni Bonet Castellana.
Desde dentro, más que una casa para estar, se convierte en una gran cámara para ver. A ello contribuye una ortogonalidad en planta que es percibida como diagonalidad, como dinamicidad; y que en sección se desarrollen volúmenes inclinados que enmarcan las visuales hacia el paisaje proyectado en el jardín de la casa, y hacia el paisaje lejano, incorporado en el paisaje próximo.
Y es que, en definitiva, más que una casa, y además de un pabellón y una cámara fotográfica, parece un barco anclado en el mar verde de la hierba. Y son las escaleras de este barco las que nos descubren esta cualidad secreta que atesora esta casa tan liviana, a punto de deslizarse. Las cuatro escaleras que llevan al mundo inferior están siempre escondidas y son siempre estrechas, como en un barco. Hay una escalera junto al comedor y la cocina, que baja directamente a la bodega; hay una escalera estrecha en la habitación, que, también como en un barco, entre muros, baja directamente a la piscina interior y a la sauna; hay una escalera ligera y moderna, que baja directamente de la biblioteca a la sala de cine, el espacio de la fantasía y la ensoñación; y hay una escalera de servicio que baja, en la entrada y junto a la cocina, hasta la vivienda del servicio.
Hay otras escaleras, también claves y también de barco, que escalan hasta los altillos, como el ligero artilugio que se despliega en la biblioteca y que conduce hasta la mezanine de la colección de mapas del propietario; el observatorio del mundo.
Y la cocina es otra casa, un universo abierto totalmente al jardín y a la luz natural, un sistemático laboratorio de la nutrición, el cuidado, la limpieza y la labor.
Y es entonces cuando descubrimos que hay una cuarta casa, que es la casa escondida, la del coleccionista: el coleccionista de los automóviles y motos que se atesoran en el garaje situado en el nivel inferior. Si la casa visible y representativa, después de entrar en la vivienda, junto al mueble bar, es un gran espacio de salón, con el piano y la biblioteca al fondo, llena de luz natural, el auténtico espacio estructurador, el interior más íntimo de la casa, no es visible, es el gran garaje del coleccionista, son los habitantes permanentes de la casa: los automóviles como máquinas del subconsciente, del deseo, de la velocidad.
Es una casa y lo contrario: telúrica y anclada en su base y a la vez, ligera y flotante como un globo a punto de emerger. Nos remite a la “casa” como arquetipo, auténtica, tal como la entendieron Gaston Bachelard y Luís Barragán: con sótano y desván. Con toda su intensidad y pregnancia, atesora todos los símbolos. Una casa sobre una tierra feliz, toda jardín, que flota sobre la hierba.
No es una casa. Son muchas casas. Es por esto que es una casa tan singular, mítica, arquetípica e inquietante. Es un mundo de miradas: es un pabellón que flota sobre el verde, una gran cámara fotográfica para enmarcar de mil maneras el entorno; un barco amarrado a los árboles; un globo a punto de elevarse, anclados al suelo por el sótano de las máquinas. Es, en definitiva, el universo secreto y soñado por dos coleccionistas.
Josep María Montaner
Carlos Ferrater
Xavier Martí
Estructura: Juan Calvo (Pondio)
Contratas y Obras S.A.
Alejo Bagué